
Tata Quispe y la construcción del capital simbólico
Artículo publicado por primera vez en la revista Siete de Copas.
“Esta confianza que genera a la hora de enfrentar a rivales políticos es fruto del reconocimiento y legitimidad de sus actos: del capital simbólico”.
Qué políticos tiene Bolivia. Si la variedad es símbolo del país, la política es referente. A lo largo de su historia, entre intelectuales, militares e ideólogos, algunos carismáticos y otros que se han ganado odio, han resaltado figuras que se distinguen por sus ocurrencias. Lo llamativo es que no sólo se trata de locuras hechas en o para el público, sino de acciones que refuerzan la imagen de los actores y les dotan de una autoridad especial, como posible fruto de un fortalecido vínculo con la población, que los políticos conservadores no poseen. El capital simbólico de ellos, prima sobre cualquier otro tipo de capital y es la razón de su éxito.
Así se encuentran figuras dignas de estudio. Si alguien se ha preguntado cómo es posible que algunas personas triunfen en la política, la respuesta la puede encontrar en la teoría social. Encontramos en este contexto la figura de Rafael “Tata” Quispe, actor político cuyo caso será analizado a continuación bajo la teoría de capitales en los que se basa la dominación, del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Para dicho propósito se entenderá al capital como los recursos o bienes a los que puede acceder un sujeto para alcanzar una meta de su interés, en general la dominación o capacidad de poder. Para Bourdieu existen cuatro tipos principales de capital: capital económico, capital social, capital cultural y capital simbólico. Estos determinan las oportunidades de la gente para saciar necesidades o intereses. También es útil referirnos a la noción de campo, para poder entender la propuesta teórica de Bourdieu, que es el espacio de acción en el cual los sujetos luchan por alcanzar sus intereses haciendo uso de sus capitales.
Para analizar la figura de Quispe se requiere ubicar su campo de acción. En su caso se desempeña principalmente en la política y redes sociales. Quispe es un político, así como una especie de celebridad, sobre todo entre los jóvenes; una de sus principales herramientas la conforman las redes sociales, por ello situaremos su campo de acción en el cruce entre política y las redes sociales.
El capital simbólico es aquello que dota de reconocimiento, legitimidad y autoridad a un agente, por lo general es la meta final en los distintos campos, ya que constituye un tipo de poder. Tanto el capital económico, como el social y el cultural, son medios para alcanzar el capital simbólico. Un ejemplo para ilustrar esto es el presidente de los Estados Unidos Donald Trump, quien seguramente es una de las personas con mayor capital simbólico en el mundo -ese cargo no lo ocupa cualquiera-, pero hay que analizar cómo fue catapultado hasta ahí. Trump es un exitoso empresario, y su capital económico es uno de los más grandes en la tierra, al punto que se puede decir que su capital económico fue el medio para conseguir el capital simbólico. Esto no debe entenderse como la compra de un cargo, sino en la manera en que el dinero significa poder en nuestra realidad, y el poder es, en muchos sentidos, capital simbólico.
Sin embargo, una alta fortuna no le basta a un líder para ganarse el respeto y apoyo de la gente. Este sería el caso del candidato a presidente en las elecciones de 2014 por Unión Democrática (UD) Samuel Doria Medina, quien, a pesar ser un exitoso empresario y poseer un vasto capital económico -para la realidad boliviana-, no pudo derrotar a Evo Morales en los comicios de aquel año. A Doria Medina se lo ha tachado de poco carismático más de una vez. Y esta puede ser la causa por la que su capital económico resulta insuficiente. “Bourdieu se refiere al «prestigio, carisma y encanto» como formas de capital simbólico” (Fernández 2013: 38).
El Tata Quispe no resalta por una gran riqueza, mas sí lo hace por su carisma, principal motor de su conexión especial con la gente. Y es que construye parte de su capital simbólico, basado en el carisma, mediante acciones que son simpáticas para gran parte de la población boliviana. Por ejemplo, cuando respondió ante una amenaza de ser chicoteado por los Ponchos Rojo, diciendo: “…de miedo nada, miedo solamente a Dios” y, luego de una pausa, añadió: “…y a mi esposa” (Carballo 2019). Desde luego no faltaron reacciones y memes que reflejaban la gracia que causó la declaración.
También se puede citar, aquella ocasión en que Quispe se presentó en la Fiscalía con unos huevos para el fiscal Blanco y afirmó que lo hizo “porque a Blanco le faltan huevos para mandarme a aprehender” (Carballo 2019). Esta acción, además de ser un mensaje directo, estaba pensado para que sea del agrado del público.
Regresando al episodio de la amenaza de los Pochos Rojos, la respuesta del “Tata Quispe” fue desafiarlos públicamente a un duelo de chicotes. Una acción que pocos calificarían como racional, considerando el riesgo de una golpiza y la fama de los contrincantes. (Algo similar se puede apreciar en la novela de Pedro Riera “La leyenda del bosque sin nombre” en cuyo primer capítulo el protagonista Homero realiza un potencial acto de suicidio con tal de defender su honor, luego de salvarse de milagro, se gana el respeto de todos sus pares por anteponer el honor al pellejo). Tanto el Tata como Homero reforzaron su capital simbólico al desafiar públicamente a sus calumniadores, jugándose la integridad en ello; la diferencia con el libro es que los “enemigos” de Quispe no asistieron al duelo en la plaza de Achacachi, saliendo así ileso y con una nueva demostración de autoridad.
En cuanto al capital cultural, este sí resalta en la figura de Quispe: en más de una ocasión se ha servido de él para dejar en evidencia a sus contrincantes políticos. Este tipo de capital se puede encontrar en tres estados. Uno de ellos es el estado institucionalizado, que intenta objetivar el capital cultural por medio de títulos, por ejemplo, un título de bachiller. Pero es de los otros dos estados de los que el Tata ha sacado provecho.
Del estado incorporado, que es “la forma de disposiciones duraderas del organismo” (Bourdieu 1979) es decir, los saberes y conocimientos que posee el agente por su propia trayectoria. El mejor ejemplo fue cuando Quispe retó públicamente a Evo Morales y Álvaro García a un debate en aymara, luego de recordar que “la ley 269 establece que deben (Morales y García) hablar un idioma nativo”. Dicho debate no se llevó a cabo, porque ni el ex presidente y ex vicepresidente hablan un idioma nativo. El Tata lo sabía, y, al hablar aymara, no dudó en sacar provecho de ese estado de su capital cultural. Además, el que los dos ex mandatarios no aceptaran el reto, también incrementó el capital simbólico de Quispe.
El tercer estado del capital cultural: el estado objetivado, que se presenta “bajo la forma de bienes culturales, cuadros, libros, diccionarios, instrumentos, maquinaria…” (Bourdieu 1979), tiene referencia a la ocasión en que Quispe le regaló un diccionario básico de aymara-español al entonces presidente Evo Morales, esto como otra alusión a que Morales no habla ningún idioma originario. Ya sea que este acto se interprete como desafío o burla, ellos han construido gran parte del capital simbólico de Quispe.
El otro tipo de capital, uno de los que más ha sido trabajado por los autores, es el capital social. Puede definirse como los recursos disponibles en las redes de conexiones de los agentes. De alguna manera podría decirse que son los beneficios que se pueden conseguir de contactos e influencias que se manejan en distintas redes de distintos ámbitos. Un buen ejemplo puede ser Carolina Ribera Áñez, hija de la presidente Jeanine Áñez. Carolina es representante de la Unidad de Apoyo de Gestión Social de la Presidencia y una muestra de cómo una conexión -su madre-, en una determinada red -su familia-, de un determinado ámbito -el familiar-, puede ayudarla a saltar a otro completamente diferente: el ámbito político -no se entienda como una crítica o ataque a estas dos actoras políticas, una figura similar se da con las primeras damas de otros gobiernos, por ejemplo-.
Eso sí, no basta con manejar una lista de contactos, el agente debe ser confiable y poder retribuir el beneficio, como lo señala Putman, asegurando que las redes a las que una persona pertenece implican compromiso y obligaciones mutuos (Millán y Gordón, 2004, p. 727). De Quispe no se puede argumentar que deba su posición a su capital social, ya que hace poco fue destituido por la persona que lo posesionó y él no teme criticar a quién haga falta. Si algo relacionado al capital social le ha sido útil, tal vez sería que pudo generar cierta confianza en el gobierno actual, por su ardua lucha contra Evo Morales y su partido. Pero esta confianza que genera a la hora de enfrentar a rivales políticos es fruto del reconocimiento y legitimidad de sus actos: del capital simbólico.
Bourdieu identifica distintas dimensiones en el espacio social -donde se evidencian los capitales- para ubicar la posición de cada agente. Así, en la primera dimensión se puede ubicar a Quispe como un agente con un volumen global de capital alto. En la segunda dimensión se lo identifica según la composición de su capital “esto es, según el peso relativo de los diversos tipos de capital en la totalidad de su capital” (Bourdieu, 2001, p. 106), de esta manera, el capital más importante para este actor político es el capital simbólico, en todas sus formas y como producto también de su capital cultural, alto también, pero en menor medida.
Hay otro elemento clave en la sociología de Bourdieu que, además de ser fundamental en su propuesta, se puede comprobar en la construcción del capital simbólico del Tata Quispe: el concepto de habitus. Este puede definirse como el “conjunto de disposiciones duraderas y transportables conformado por la exposición a determinadas condiciones sociales que llevan a los individuos a internalizar las necesidades del entorno social existente, inscribiendo dentro del organismo la inercia y las tensiones externas” (Bourdieu en Capdevielle 2011: 34). Es decir, la internalización de lo objetivo -del campo-, el reconocimiento de las reglas del juego que presenta y otorga al agente los márgenes de acción en su campo. Es el cruce entre lo objetivo, la realidad del campo, y lo subjetivo, la internalización de esa realidad; para así comprender cómo se debe llevar a cabo la lucha por el capital simbólico desde la posición del agente.
Ya se había ubicado a Quispe en el campo de la política y redes sociales. En el caso del primero es más fácil identificar el habitus, ya que Quispe hace uso de las leyes bolivianas para sus movidas. En cuanto a las redes sociales, puede resultar más abstracto y difícil identificarlo, pero el Tata se ha tomado el trabajo de incorporarse a ellas, tal como lo haría cualquier influencer de época, pero llevando a cabo un proceso de apropiación cultural en el que logra vincular las redes con la cultura aymara. Así publica cosas como la presentación de su tribu, los Wara, en su canal de YouTube llamado “Rafito Comunica”, en alusión al youtuber mexicano Luisito Comunica. Ha construido un punto en el que encuentra a su cultura con la cultura global del siglo XXI, diferenciándose así del resto de los políticos, que solo usan sus cuentas para publicar comunicados oficiales o pronunciamientos. Quispe sabe también que con memes y chistes se acercará más a la gente, sobre todo a los más jóvenes, ya que, si bien la Internet se utiliza para la información, en las redes sociales prima el entretenimiento y la polémica. Fruto de esta identificación es que Quispe tiene cuentas en Facebook, Twitter, Instagram y YouTube, algunas incluso con el sello de verificación, y su estrategia de publicaciones es muy parecida a la de cualquier joven usuario.
Si bien todos los tipos de capitales en la teoría de Bourdieu juegan un papel importante en la persecución del poder por parte de los agentes, es el capital simbólico el que más les permite acercarse a estas metas y, en la política, suele ser el objetivo mismo. El Tata Quispe no es un político convencional, sus acciones polémicas o burlescas, le han permitido construir un capital simbólico tan fuerte como para desafiar públicamente a sus adversarios políticos, sin que estos se animen a responder en muchas ocasiones. También, el saber reconocer las no declaradas reglas de la dinámica de las redes sociales, ha significado para él una gran ventaja respecto de sus pares, que las usa como un boletín informativo de sus actividades políticas.