
Crónicas de cuarentena: Era que compre un fernet
Crónica de cuarentena publicada po primera vez en el diario El País de Tarija.
Ahora me despierto tarde, casi al medio día, pues eso de madrugar murió para mí desde el paro de octubre. Siempre me vanagloriaba por disfrutar de despertar al amanecer, pero luego de veintiún días de paro, vacaciones y cuarentena, más los irregulares horarios de la U., mi amistad con el alba se averió. Sin embargo, hoy intenté rebelarme contra mi cama… y fracasé otra vez. Mi mamá me despierta más tarde. “Ya son las diez menos veinte”, dice.
Hoy cumplo años, una fecha “especial”, pues es mi cumpleaños, Día del Niño, domingo de Pascua y otro día más de cuarentena; así que me uno al club. Al club de los que hubiéramos querido festejarlo con un fernet, por ejemplo, pero el aislamiento nos los impide.
No pasa nada. Aunque por lo general los 21 años suelen significar un gran evento. Yo seguramente iba a hacer una pequeña cena con los amigos cercanos como cada año, porque soy muy flojo como para limpiar la casa luego de una fiesta. Ahora el evento principal es el desayuno, a pedido mío.
Bajo a desayunar con el radiante, pero tibio sol de las diez. Y me encuentro con la mesa preparada desde la víspera. Queque de plátano, queque de yogurt, huevo, tocino, tostadas y el bendito café presumiendo su profunda oscuridad, me hacen pensar que no voy a almorzar. Y que, sí, estamos en una situación extraña, pero las diferencias con los días “normales” pueden reducirse a nada mientras la conciencia plena en un momento, como el desayuno, opaque el terrible escenario pintado en las pantallas.
Me abrazan y felicitan mi mamá, mi abuela y mi hermanita, un poco apenadas por el contexto del cumpleaños; mi hermana desayuna feliz pero impaciente por jugar con su regalo del Día del Niño. Espío mi celular y veo felicitaciones tan inesperadas que pienso que realmente no hay mucho que hacer durante la cuarentena. A la vez me siento feliz por volver a saber de esas amistades extraviadas.
Con la primera comida del día completada, regreso a mi cuarto. Me vuelvo a echar en cama, pensando en todas las tareas pendientes, ya que el lunes vuelven las clases. Decido levantarme para comenzar temprano todo lo pendiente, pero, cual arena movediza, con cada intento las sábanas me atan más al colchón. Parece que no me queda más que obedecer la voluntad de mi cama y empiezo a ver las fotos publicadas por mis amigos.
Recordando el cole, las fiestas e innumerables anécdotas, espero el fin del confinamiento para reencontrarme con los momentos que escriben esos recuerdos. Pienso en hacer una videollamada más tarde, con mis amigos, para por lo menos brindar en línea y me digo: “ay, era que compre un fernet’’.